El cuerpo de Cristo
Hannah Lowe
Este artículo se publicó primero en 1964-5 en Gleanings un boletín mensual que presenta los eventos y noticias de la misión de la señora Hannah Lowe, esposa de Thomas Ernest Lowe, un evangelista y fundador de iglesias de Maryland. El señor Lowe, un ministro capaz y vehemente, al ver la gran abundancia de oportunidades de conocer el evangelio entre los norteamericanos, y consciente de la gran falta de la misma para millones en Suramérica, viajó en los años 1930 a Colombia, para inspeccionar el panorama espiritual, acompañado por su esposa Hannah. Juntos trabajaron hasta que el señor Lowe, siendo todavía un hombre joven y vigoroso, falleció en la ciudad capital de Bogotá en 1941. La señora Lowe, entusiasta en el servicio a su Señor hasta sus últimos días, falleció en Jerusalén en Junio de 1983, después de pasar un año en la ciudad amada.
El plan de Dios se lleva a cabo por medio de un Cuerpo, el Cuerpo de Cristo.
En las Escrituras, el Cuerpo de Cristo (Colosenses 1:18, 22, 24; 2:17; 3:15; Efesios 1:22, 23; 4:16; Romanos 12:4, 5; Hebreos 13:3; Filipenses 3:21) es también llamado la Novia de Cristo (Apocalipsis 18:23), o la Iglesia (de Cristo) (Efesios 5:23-43; Colosenses 1:18,24). Sin embargo, a lo largo de nuestro estudio usaremos el término Cuerpo de Cristo debido al énfasis puesto sobre el Cuerpo. La salvación y la redención no podrían haberse logrado sin el cuerpo físico y real de Jesucristo. Los demonios, que son espíritus sin cuerpo, desean poseer cuerpos para actuar. Y nuestros cuerpos son instrumentos de justicia o de impiedad (Romanos 6). De igual manera, el plan de Dios se lleva a cabo por medio de un Cuerpo, compuesto por muchos miembros, que es el Cuerpo de Cristo. Satanás siempre dirigió sus ataques contra el cuerpo físico de Jesús con el propósito de impedir e incluso destruir el plan de Dios (Mateo 2:13, 4:6; Lucas 4:29; Juan 8:37, 59; 10:31, 39; Mateo 26:47; todas éstas citas que hacen referencia a la crucifixión). Después de su derrota en el Calvario, Satanás se ha ensañado contra el Cuerpo de Cristo. Ha tratado de separar a los miembros del Cuerpo por medio de las divisiones (1 Corintios 1:13) con el propósito de frustrar el plan de Dios. Pero no sólo el Cuerpo de Cristo recibe ataques por todos lados. El enemigo se opone igualmente a la enseñanza y a toda revelación acerca de esta visión.
Cuando el Espíritu Santo fue derramado hace más de cincuenta años, Dios llamó la atención sobre la llenura del Espíritu Santo con sus nueve dones. Sin embargo, los dones de palabra de conocimiento, palabra de sabiduría, discernimiento de espíritus, y milagros han recibido poca atención en comparación con los dones de hablar en lenguas, interpretación, profecía, y sanidades. Dios no ha cesado de actuar con el propósito de unir a los miembros del Cuerpo. Sí han existido personas y grupos con la visión del Cuerpo de Cristo. Y aunque es cierto que sin una visión el pueblo se extravía, esto no es suficiente (Proverbios 29:18). Por ejemplo, Moisés, que tuvo la visión verdadera durante cuarenta años, nunca pudo apropiarse de su posesión (Deuteronomio 32:48-52).
El plan de Dios para estos últimos días no va a llevarse a cabo por medio de un solo líder sino por medio de los miembros del Cuerpo (1 Corintios 12), unidos de tal modo que ninguno pueda decir al otro “no tengo necesidad de ti”. No podemos permitirnos sentir lo mismo que Elías cuando dijo “sólo yo he quedado” (1 Reyes 19:10). Así como Dios tuvo a sus siete mil que no doblaron su rodilla ante Baal, Él tiene ahora a aquellos que por todo el mundo tienen una visión verdadera y buscan a los miembros del Cuerpo para unirlos en la obra del ministerio del Cuerpo de Cristo.
Cuando el movimiento pentecostal se convirtió en una denominación más, Dios en su gracia obró en medio de ellos hace unos 15 años, en lo que se conoce como la Lluvia tardía. Ellos tenían la visión del Cuerpo de Cristo y del ministerio con los nueve dones del Espíritu Santo. Sin embargo, el enemigo ha entorpecido hasta ahora la consumación de la unión completa del Cuerpo. Más adelante, unos ocho años después, Dios empezó a moverse entre los miembros del movimiento episcopal, y más adelante entre otras denominaciones. José y María tocaron muchas puertas antes de encontrar un lugar para el plan de Dios, que era Jesús (Lucas 2:7). De igual modo, el Señor ha buscado un lugar para el plan de Dios, que es el Cuerpo de Cristo.
Todo lo que había precedido la venida corporal del Señor falló: los sacrificios, los ayunos, y las gravosas interpretaciones de la ley. Pero cuando Él vino en cuerpo, el plan de Dios se cumplió. De manera que hasta la fecha, iglesias, denominaciones, y organizaciones han fallado. Sólo el Cuerpo de Cristo puede consumar su plan perfecto.
“…mas me preparaste CUERPO”.
Cuando Jesús accedió voluntariamente a dejar la gloria que tenía con el Padre (Juan 17:5) desde antes de la fundación del mundo para convertirse en “la imagen misma de las cosas… por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne” (Hebreos 10:1,20), Él dijo al Padre: “sacrificios y ofrendas no quisiste; mas me preparaste cuerpo” (Hebreos 10:5). Así como este cuerpo fue preparado, el Cuerpo de Cristo se prepara para ser instrumento de la voluntad de Dios, pues Jesús dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (vv. 7, 9), y “en esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (v. 10). Cristo ofreció su cuerpo porque “amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:25-27). Su iglesia es su Cuerpo (Colosenses 1:24).
El ejemplo de entrega de Jesús nos exige “presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional” (Romanos 12:1). Cuando nos hemos presentado como un sacrificio vivo a Dios, sobre el altar, hemos entregado todo nuestro ser a Él, de por vida. Sólo así llegamos a ser santos y aceptos a Dios. Nos presentamos de esa manera cuando hemos nacido de nuevo (Juan 3:7) y en la medida en que andamos conforme a la nueva vida y la luz que Él nos ha dado a todos y cada uno como iglesia. Los prerrequisitos para ser bautizado en el Espíritu Santo en su Cuerpo (1 Corintios 12:13, 14) son la salvación y un corazón sincero purificado por la fe (Hechos 15:9). Los que son bautizados en su Cuerpo se convierten en miembros que han renunciado a sí mismos y a las concupiscencias de la carne, entrando así en la dimensión sobrenatural de Dios, como los ciento veinte en el día de Pentecostés. Tan pronto fueron llenos del Espíritu Santo empezaron a ministrar en el Cuerpo de Cristo, es decir, empezaron a hacer lo que hasta entonces había sido imposible para los que no eran bautizados: hablaron en lenguas según el Espíritu les daba que hablasen (Hechos 2:4). Este mover sobrenatural de Dios por medio del Cuerpo de Cristo añadió tres mil al Cuerpo (Hechos 2:41). La predicación de la Palabra posterior a la manifestación del don de sanidad en la puerta la Hermosa (Hechos 3:12) añadió cinco mil a su Cuerpo (Hechos 4:4). Pedro, movido por el Espíritu Santo, usó los dones de discernimiento de espíritus, palabra de conocimiento, palabra de sabiduría, y profecía (Hechos 5:1-11), y los apóstoles realizaron muchos milagros (Hechos 5:12).
Aunque hoy día un gran número de creyentes está insatisfecho con las reuniones programadas que ofrecen sus iglesias, no saben cómo ni dónde adorar y ministrar según el modelo del Nuevo Testamento. Otros, han dejado las iglesias organizadas y gobernadas por los hombres en busca de experiencias sobrenaturales, desprovistos de la enseñanza adecuada y desligados de otros miembros del Cuerpo. Como resultado, muchos han padecido naufragios espirituales y han acarreado vergüenza al verdadero Cuerpo de Cristo. No se dan cuenta de que Satanás se aprovecha porque ellos ignoran sus artimañas.
La mayoría de los servicios eclesiales “normales” de hoy difieren por completo de las reuniones que siguen el modelo del Nuevo Testamento. Ahora el adorador recibe un folleto con un programa impreso que debe acatar y que no da lugar al mover del Espíritu Santo. Y aunque el pastor pidiera a la congregación que esperaran la dirección del Señor para la reunión, no sabrían cómo hacerlo porque no han recibido la enseñanza necesaria. El Señor Jesucristo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, evangelistas, pastores, y maestros (los cinco ministerios) para el perfeccionamiento y la edificación de los miembros del Cuerpo, y para ejercer sus ministerios hasta que alcancen la unidad de la fe y la perfección (Efesios 4:11-13). Cada miembro en particular tiene su parte en el ministerio del Cuerpo. Por medio de los cinco ministerios recibimos en Cristo, y siguiendo la verdad en amor, la carne para crecer y no ser más “niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error”. Sólo así seremos realmente guiados por la Cabeza del Cuerpo, Jesucristo nuestro Señor, “de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:12-16).
Cuando vemos los acontecimientos en esta fase final de nuestra dispensación, nos damos cuenta de que sólo el verdadero Cuerpo de Jesucristo, y no una falsa imitación de él, derrotará por completo al enemigo y destruirá sus planes. ¿Te has presentado al Novio sin mancha ni arruga? ¿Eres ya parte de su Cuerpo?
“Aquel que venciere heredará todas las cosas”. Amén.
CADA UNO DE USTEDES tiene un lugar señalado en el Cuerpo.
Entonces ¿cómo deben moverse en el Espíritu y usar sus dones los miembros del Cuerpo de Cristo cuando se reúnen a adorar o ministrar? Los objetivos supremos de la adoración y del ministerio son la exaltación de Jesús y la edificación de su Cuerpo (1 Corintios 14:12, 26). “¿Qué hay, pues, hermanos? (es decir, la iglesia entera, 1 Corintios 14:23) Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación” (v. 26). Es más que lógico deducir que aquí no hay una persona sola que ministra, sino la iglesia entera, los hermanos congregados en unidad. Es impensable que el plan de Dios para estos últimos tiempos sea un ministerio de hombres solos como fue el caso de Moisés y Elías, sino que es un ministerio del Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, cada uno de ustedes tiene un lugar señalado en el Cuerpo, en el cual cada uno opera según la dirección del Espíritu. San Pablo enumera las actividades fundamentales del culto guiado por el Espíritu: salmos o cánticos espirituales, que es adoración espiritual y que debe ocupar un lugar prioritario; doctrina, que es la enseñanza sólida en todo el consejo de Dios; lenguas con interpretación (en griego no están separadas por la palabra revelación) que equivalen a profecía y llevan la reunión a esferas más elevadas hasta que aparece la revelación final, es decir, el descubrimiento de las verdades que han estado escondidas a la iglesia. Esto puede suponer la operación de los tres dones de revelación, o más revelación sobre las Escrituras.
Luego vemos que en la verdadera iglesia del Nuevo Testamento los creyentes no se reúnen esperando el mensaje del predicador, el cántico especial o la reunión programada. En cambio, se reúnen para esperar en el Señor hasta que el Espíritu Santo opera en y a través de ellos para glorificar al Señor y edificar la iglesia entera.
No hay una persona sola que ministra, sino la iglesia entera, los hermanos congregados en unidad.
En los últimos años hemos visto algunos ministerios y reuniones del Cuerpo de Cristo que son verdaderamente dirigidos por el Espíritu Santo. Una iglesia ideal tendrá los cinco ministerios (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, y maestros) y los nueve dones del Espíritu Santo (lenguas, interpretación, profecía, palabra de conocimiento, palabra de sabiduría, discernimiento de espíritus, milagros, dones de sanidades, y fe) que son dados para el perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:12, 13).
Todos los miembros del Cuerpo participan en el culto, cada uno aporta, “porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza” (Romanos 12:4-7). Este pasaje nos enseña claramente que debemos dar lugar a todos y no ir más allá de la medida de nuestra fe o de la unción del Espíritu Santo. Sobrepasar esa medida sería caer en la presunción y abriría un falso camino a lo sobrenatural. Es tan importante saber cuándo y dónde empezar como saber cuándo y dónde detenerse, para no entristecer ni apagar al Espíritu Santo.
Puesto que el Señor conoce perfectamente nuestras necesidades espirituales, Él las suplirá en cada reunión conforme a su conocimiento. Es decir, al final de cada reunión la iglesia habrá recibido todo lo que necesita, sea en enseñanza, amonestación, consuelo, exhortación, o revelación. También podría darse una reunión completa de sola adoración espiritual al Rey de reyes. Los que son llenos el Espíritu Santo aceptarán siempre el criterio espiritual de los ancianos que velan celosamente por el bien de todo el rebaño. No sólo es esencial estar en armonía con el Espíritu Santo, sino también ser oportuno en cuanto al momento de manifestar el don. Así el Señor podrá desarrollar, desde el principio hasta el final de la reunión, un tema en cuya perfección se entretejen todas las partes, tanto los cánticos y las oraciones como los mensajes proféticos o doctrinales. Cada reunión será maravillosamente diferente de las demás, porque Él obra conforme a su voluntad.
El Señor podrá desarrollar, desde el principio hasta el final de la reunión, un tema en cuya perfección se entretejen todas las partes, tanto los cánticos y las oraciones como los mensajes proféticos o doctrinales.
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8, 9). Por consiguiente, “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos… pero… el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:26, 27). En conclusión, “haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Amén.
Debemos procurar la unidad de los miembros del Cuerpo de Cristo.
Al igual que nosotros ¿te has preguntado dónde es posible encontrar esta iglesia de la que hablamos, guiada por el Espíritu Santo y conforme al modelo del Nuevo Testamento? Cualquiera que comprende las señales de nuestro tiempo y el verdadero ministerio profético de nuestros días está convencido de que el Cuerpo de Cristo ha de manifestarse como demostración del Espíritu y de poder en un futuro cercano.
En el momento del nacimiento de Jesús, los sabios de oriente tuvieron la visión verdadera. Viajaron por la fe y buscaron con diligencia al Cristo. La palabra profética respaldó su visión (Mateo 2:5, 6). De igual forma, los pastores no cuestionaron el anuncio celestial del nacimiento de Jesús, sino que fueron a Belén para ver “esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado” (Lucas 2:15), y no “a ver si había sucedido”.
En ambos casos, aquellos que tenían la visión encontraron al Cristo sólo porque actuaron por la fe. En nuestros tiempos, aquellos que entiendan la visión del Cuerpo de Cristo por medio de la Palabra y la profecía, también deben levantarse por la fe y procurar la unidad de los miembros del Cuerpo de Cristo.
Así como el Señor ha dado nueve dones del Espíritu Santo a su Cuerpo, ha investido también a hombres con los ministerios del Espíritu Santo. Para esto, el Señor “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo” (Efesios 4:11, 12). Por consiguiente, es vital que en la iglesia se ejerzan estos cinco ministerios para el perfeccionamiento del Cuerpo de Cristo.
Según se interprete el texto griego, se puede decir que hay cuatro o cinco ministerios, si se toman o no los dos últimos como uno solo (algunas versiones son literales aún en el paralelismo griego). ¿Cuál es la naturaleza de estos cinco (o cuatro) ministerios?
Apóstoles (griego: enviado. El equivalente actual viene del latín: misionero). Un apóstol posee necesariamente todos los nueve dones de Espíritu Santo. Su ministerio es itinerante. Él establece iglesias como pionero del Evangelio. Como en todos los otros ministerios, el Espíritu Santo es quien determina el lugar y el momento de su servicio. El apóstol más grande es San Pablo. La enorme responsabilidad de un apóstol se describe en Hechos 11:36 y en 2 Corintios 11:28.
Profetas (griego: intérprete de la revelación divina, vidente; pero no adivino como se afirma con frecuencia en este sentido). Un profeta es un vidente de los misterios que Dios le revela. Como Agabo (Hechos 11:28; 21:10), un profeta debe alertar a la iglesia sobre acontecimientos futuros, y también exhortar, edificar, y consolar a las iglesias. También interpreta los sucesos en el mundo según la perspectiva divina.
Evangelistas (griego: mensajero de buenas noticias). Estos ministros tienen el don especial de añadir, con poder de convicción, a un gran número de almas por medio de la predicación de las buenas nuevas. Por ejemplo, Felipe fue instrumento de Dios para lograr una conversión masiva en Samaria (Hechos 8:5). Según vemos en Hechos 8:26-40, él debió ser muy sensible a la dirección del Espíritu Santo cuando dejó de ministrar en el gran avivamiento en Samaria para ir al desierto, algo que parecía absurdo. Pero el Maestro de Felipe recompensó en gran manera su obediencia.
Pastores (griego: pastor). Jesucristo, el Jefe de los pastores, ha establecido pastores en la Iglesia. El Salmo 23 y Juan 10 explican bellamente los deberes de un pastor. En el Nuevo Testamento, la palabra “pastor” aparece solamente una vez en el sentido ministerial, en Efesios 4:11. Es imposible imponer todos los deberes de la iglesia a un solo hombre, al que en la actualidad se le llama pastor, y esperar que cumpla con todos los ministerios y responsabilidades. Esto demuestra cuán lejos de la voluntad y del orden divino están las denominaciones modernas.
Maestros. No sólo enseñan las verdades reveladas de las Escrituras, sino que exponen la sana doctrina sobre aquellos pasajes en los cuales el Espíritu Santo da una nueva revelación a medida que la Iglesia madura y que el plan de Dios avanza. Su ministerio no es la predicación.
Cabe anotar que todos los ministerios aparecen en plural. Los hombres investidos con los ministerios son regalos para la iglesia. Su llamado no es más que la voluntad soberana de Dios. El Espíritu Santo los ordena. Por su naturaleza, ninguno de estos ministerios puede limitarse de manera permanente a una iglesia local. El Espíritu Santo designa el lugar y la duración del servicio.
Solamente los ancianos (obispos) y diáconos permanecen en una iglesia local, porque su servicio es requerido constantemente. Esperamos poder tratar estos servicios eclesiales en nuestra próxima edición de Gleanings.
Nuestra siguiente tarea, como parte del Cuerpo de Cristo, consiste en orar y ayunar juntos, y esperar en el Señor para que Él aparte a algunos miembros para la obra a la cual los ha llamado. “Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor”(Colosenses 4:17). Amén.
Quienes ministran en la iglesia son escogidos bajo la dirección del Espíritu Santo y ordenados mediante imposición de manos.
Y ¿qué de los deberes y las funciones de los ancianos y diáconos en el Cuerpo de Cristo? Solamente los ancianos (obispos) y diáconos permanecen todo el tiempo en una iglesia local, porque su servicio es requerido constantemente. Tan pronto como la iglesia empezó por medio de la predicación poderosa de las Buenas Nuevas en el día de Pentecostés, la iglesia local en Jerusalén tuvo que organizarse para poder funcionar adecuadamente. Además de la oración constante y el ministerio, había muchas necesidades físicas qué atender. La tarea de alimentar y vestir a las viudas, los huérfanos, y los pobres exigía la debida atención. Por consiguiente, los apóstoles tuvieron que repartir el trabajo: tenían que “persistir en la oración y el ministerio de la palabra” (un ministerio o servicio espiritual) mientras que los otros creyentes elegidos debían “servir a las mesas” y “atender en la distribución diaria a las viudas” (un ministerio o servicio natural).
Sólo la mente carnal es incapaz de comprender la combinación necesaria y perfecta de los aspectos espirituales y naturales de la vida cristiana. Cuando los creyentes están en desequilibrio, carecen por lo general de esta armonía entre lo natural y lo sobrenatural. Alguien llamado al ministerio de la Palabra no es más importante, ni más espiritual, ni más valioso que otro miembro del Cuerpo de Cristo que está llamado a servir a los necesitados y a administrar la cena del Señor. Los diáconos (o siervos, o ministros) elegidos tienen que cumplir con unas exigencias muy elevadas: deben ser “de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hechos 6:3). Por ejemplo, Esteban era “lleno de gracia y de poder” y “hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hechos 6:8). Por lo tanto, no resulta sorprendente que la armonía espiritual y natural en la iglesia contaran con la mayor bendición de Dios: “Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hechos 6:7).
Cuando la iglesia cristiana se extendió por los países mediterráneos y se hizo menos frecuente el contacto con la primera iglesia local de Jerusalén, “el diaconado” (1 Timoteo 3:10) quedó establecido y fue aceptado como parte de cada ecclesialocal.
Dejando a un lado los prejuicios doctrinales, pensemos en los requisitos para ser un verdadero diácono. Según Hechos 6:1-7 y 1 Timoteo 3:8-12, los diáconos deben ser: (1) de buen testimonio, (2) llenos del Espíritu Santo, (3) llenos de sabiduría, (4) honestos (i.e., infunden respeto), (5) sin doblez, (6) no dados a mucho vino, (7) no codiciosos de ganancias deshonestas (i.e., ávidos de buscar riquezas con métodos deshonestos), (8) que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia, (9) sometidos a prueba primero, y así entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles, (10) maridos de una sola mujer que es: a) honesta, b) no calumniadora (chismosa), c) sobria, d) fiel en todo (confiable). Por último, (11) que gobiernen bien sus hijos, y (12) sus casas (hogares).
Aunque el esposo cumpla con todos estos requisitos, también debe su esposa y sus hijos deben ser tenidos en cuenta antes de ser elegido como diácono. Qué gran diferencia si se le compara con la norma actual del diaconado denominacional. Siempre debe haber más de un diácono en cada iglesia local.
El otro ministerio es el de anciano. También se le llama obispo (Hechos 20:17, 28; 1 Pedro 5:1, 2). Lo que hace un pastor por una iglesia entera formada por muchas iglesias locales, como alimentarla, constituye la tarea de los ancianos en la iglesia local. Debe haber más de un anciano en cada congregación, e igualmente más de un diácono (Hechos 14:23, Tito 1:5). Quienes ministran en la iglesia son escogidos bajo la dirección del Espíritu Santo y ordenados mediante imposición de manos para cada ministerio (i.e., en sentido estricto, hombres que tienen uno de los cinco ministerios: apóstoles, profetas, evangelistas, maestros, y pastores).
Los requisitos de un obispo, o anciano, son muy elevados. Según 1 Timoteo 3:1-7 y Tito 1:6-9, un anciano debe ser: (1) irreprensible, (2) marido de una sola mujer, (3) sobrio, (4) prudente, (5) decoroso, (6) hospedador, (7) apto para enseñar, (8) no dado al vino, (9) no pendenciero, (10) no codicioso de ganancias deshonestas, (11) amable, (12) apacible, (13) no avaro, (14) que gobierne bien su casa, (15) que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?), (16) no un neófito (no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo), (17) que tenga buen testimonio de los de afuera (para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo), (18) que tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía, (19) administrador de Dios, (20) no soberbio, (21) no iracundo, (22) amante de lo bueno, (23) sobrio, (24) justo, (25) santo, (26) dueño de sí mismo, (27) retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada (para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen).
La razón principal por la que fracasan todas las denominaciones es que no se basan en el plan de Dios. Aunque los ancianos ordenados en algunas iglesias sean salvos y llenos del Espíritu Santo, no necesariamente cumplen con los requisitos citados anteriormente. Y aún si cumplen con todos los requisitos, es preciso que sean ordenados por el Espíritu Santo para este ministerio tan importante en la iglesia.
Los ancianos deben ser muy respetados por la congregación (1 Timoteo 5:1, 17, 19; 1 Pedro 5:5). Los apóstoles y los ancianos (el ministerio y el oficio más elevados según Hechos 15:2, 4, 6, 22, 23, 16:4, 21:18) concilian las disputas doctrinales y deciden los asuntos financieros de la iglesia (Hechos 11:30). Los ancianos son por ende los encargados de la iglesia local: protegen el cuerpo de verdad revelada contra el error, la falsa doctrina y los espíritus engañadores. También condenan y corrigen las expresiones carnales y satánicas que constituyen una falsificación de la manifestación verdadera del Espíritu Santo. Además, juzgan todos los asuntos espirituales relacionados con la iglesia, supervisan la conducta de todos los miembros, y el orden y respeto en los cultos de adoración. Según Santiago 5:14, los ancianos son también ordenados para orar por los enfermos mediante la imposición de manos y la unción con aceite.
Pablo no sólo enseñó y practicó estas verdades espirituales, sino que instruyó a otros a hacer lo mismo: “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé” (Tito 1:5).
La Iglesia necesita todos los nueve dones para librar la batalla que sostiene.
Proseguiremos nuestro estudio acerca del Cuerpo de Cristo hablando acerca de los frutos y los dones del Espíritu Santo. Según la lista de Gálatas 5:22-23 hay nueve frutos del Espíritu Santo, que no deben confundirse con los nueve dones del Espíritu Santo enumerados en 1 Corintios 12:8-10. Los nueve frutos son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y templanza. Los nueve dones son: palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, dones de sanidades, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas, e interpretación de lenguas.
Jesús dijo “por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). Nótese que no dijo “por sus dones los conoceréis”. Según Mateo 7:21-24, los “hacedores de maldad” le preguntaron al Señor si había olvidado los “muchos milagros” que ellos habían realizado con sus dones. Pero el Señor les contestó que, a pesar de sus muchas obras, Él nunca los había conocido. En otras palabras, la operación de los dones no es la evidencia de que el Señor nos conoce. La verdadera prueba de que Él nos conoce son los frutos, el resultado de una vida rendida y crucificada con Cristo. Los frutos no pueden colgarse en un árbol como los adornos de Navidad, sino que deben crecer y madurar a lo largo del proceso de transformación en la semejanza de Él. Sólo aquellos que son “partícipes de su naturaleza divina”, es decir, aquellos que andan en el Espíritu, pueden manifestar los frutos del Espíritu, que no son frutos carnales santificados sino el resultado puro de la obra del Espíritu Santo en y por medio de nosotros.
Por lo anterior, es un error llamar “dones” a los frutos. Dios no nos da bondad, amor, o mansedumbre, como se nos condecoraría por ejemplo con una medalla. Antes bien, los frutos crecen en nosotros y se manifiestan a través de nosotros. La Palabra dice: “si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. (2 Pedro 1:8) Por consiguiente, el tipo y la cantidad de fruto determinan nuestra condición espiritual. En 1 Corintios 13 Pablo habla claramente acerca de la diferencia entre los dones y los frutos. De hecho, el amor es el don más grande, porque siempre debe ser el principio reinante en el ministerio de los dones.
Sin embargo, esto no significa que los frutos excluyan a los dones o viceversa. En primer lugar, los dones no son talentos naturales, habilidades o destrezas que se desarrollan de manera natural. Todos los dones espirituales son completamente sobrenaturales y dados “a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11).
“No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales” (1 Corintios 12:1). En nuestros días, muchos cristianos desconocen, a veces voluntariamente, los dones espirituales, los cuales debemos “procurar” (1 Corintios 12:31). Un don espiritual es una habilidad dada por Dios para llevar a cabo una obra que es imposible para el hombre natural. La verdadera Iglesia de Cristo, su Novia o Cuerpo, necesita todos los nueve dones porque la batalla que sostiene es sobrenatural y no puede pelearse ni ganarse en el ámbito natural. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).
A lo largo del libro de Hechos, vemos que los apóstoles y otros miembros de la iglesia usan los dones del Espíritu Santo para la gloria de Dios. La sanidad del cojo (Hechos 3) y la puesta en evidencia de Ananías y Safira (Hechos 5) sólo fueron posibles gracias al uso de los dones. En nuestro siguiente número esperamos hablar en detalle acerca de los dones y de la forma como operan.
Cuando se usan los nueve dones en la iglesia local, ningún problema ni situación queda sin resolverse de manera victoriosa y conforme al designio divino.
Cuando se usan los nueve dones en la iglesia local, ningún problema ni situación queda sin resolverse de manera victoriosa y conforme al designio divino. Es una vergüenza para la iglesia que algunos de sus miembros estén bajo tratamiento psiquiátrico durante años sin esperanza ni cura definitiva. ¿Acaso no sería glorificado Dios si un miembro de la iglesia usara los dones de discernimiento de espíritus y ocurrieran milagros en estas personas desafortunadas en el nombre de Jesús? ¿Qué pasaría si la iglesia volviera a usar el don de profecía para presentarse ante reyes y gobernadores? Hay hambre en la tierra. No hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor (Amós 8:11).
¿Crees realmente que las iglesias actuales alimentadas con cascarilla (cuando hay un banquete servido en la casa de su Padre) puedan suplir de manera victoriosa y gloriosa las necesidades de las naciones sin el poder del Espíritu Santo? ¿Dónde están los profetas de nuestros días? No nos referimos a los que pronuncian algunas profecías flojas en la comodidad de su pequeño grupo, sino a los que van a profetizar a las naciones con una misión divina, profetas que en verdad declaran: “Así dice el Señor”.
¿Ha perdido la Iglesia cristiana su sabor, o los santos aún quieren ser la sal de la tierra? ¿Qué ocurrirá al resto del mundo cuando nuestra nación se vaya a pique? ¡Nuestra juventud está siendo arrastrada al foso por múltiples estratagemas infernales! Sólo una iglesia equipada con el poder de Dios y los dones del Espíritu puede resistir el feroz ataque del mundo y de Satanás.
“Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros” (Romanos 16:20).
Hoy necesitamos todo el poder del Espíritu Santo.
Ya hemos hablado de los nueve dones del Espíritu Santo que aparecen en 1 Corintios 12:8-10. Estos dones se dividen en tres grupos de tres dones cada uno, según su naturaleza.
- Dones de revelación:
- el don de palabra de sabiduría
- el don de palabra de conocimiento
- el don de discernimiento de espíritus
- Dones de palabra:
- el don de profecía
- el don de lenguas
- el don de interpretación de lenguas
- Dones de poder:
- el don de fe
- el don de milagros
- el don de sanidades
El don de palabra de conocimiento es la capacidad dada por Dios para comunicar una palabra de conocimiento, es decir, una revelación concerniente a una persona o una cosa acerca de la cual sería imposible saber humanamente. La palabra de conocimiento siempre se da para ayudar y edificar a una persona o a un grupo.
El don de palabra de sabiduría es la capacidad dada por Dios para comunicar una palabra de sabiduría, es decir, una revelación acerca de cómo manejar una situación difícil. En ocasiones acompaña a la palabra de conocimiento a fin de que sea aplicada con sabiduría.
El don de discernimiento de espíritus es la capacidad dada por Dios para detectar la presencia de espíritus e identificarlos, tanto si se trata del Espíritu de Dios como de espíritus malignos.
El don de profecía es la capacidad dada por Dios para comunicar en el idioma de los oyentes un mensaje de Dios para edificar, exhortar, o consolar a la iglesia. La profecía no es premeditada ni se conoce con anticipación. Sólo existe hasta el momento en que es dada. La profecía es tan “novedosa” para el profeta o la profetisa como lo es para quienes la oyen.
El don de lenguas es la capacidad dada por Dios para comunicar un mensaje del Señor en un lenguaje que no se aprende ni comprende.
El don de interpretación de lenguas es la capacidad dada por Dios para interpretar (¡no traducir!), es decir, comunicar el resumen o la esencia de lo que se ha dicho en una lengua desconocida. El uso de los dos últimos dones es equivalente al don de profecía.
El don de fe es la capacidad dada por Dios para creer que sucederá lo que es humanamente imposible. El don de sanidades es la capacidad dada por Dios para sanar toda clase de enfermedades. El don de milagros es la capacidad dada por Dios para realizar un milagro, es decir, algo que es completamente contrario a las leyes de la naturaleza.
Quizás te preguntes en qué momento se manifestaron estos dones en la iglesia del Nuevo Testamento. Pues bien, los creyentes usaron los dones tan pronto fueron bautizados en el Espíritu Santo en el día de Pentecostés: judíos de quince naciones extranjeras que habían venido a Jerusalén oyeron la predicación de la palabra en su propio idioma, porque los discípulos hablaban en otras lenguas. Más adelante, en la puerta la Hermosa, Pedro y Juan usaron el don de fe y el don de milagros para sanar al cojo que había mendigado toda su vida en el templo (Hechos 2, 3).
En Hechos 5 Pedro usa cinco de los dones del Espíritu Santo para manejar un problema en la iglesia. Por medio del don de discernimiento de espíritus, detectó e identificó en Ananías un espíritu de mentira que lo impulsó a mentir al Espíritu Santo. Gracias al don de palabra de conocimiento, Pedro supo que Ananías y su esposa Safira se habían puesto de acuerdo para quedarse con una parte del precio de un terreno. Era imposible para él enterarse de este acuerdo secreto. La forma como Pedro trató a Ananías y, especialmente, a su esposa, cuando se presentó tres horas más tarde, evidencia el uso del don de sabiduría. Pedro profetizó su fin, y la profecía se cumplió de inmediato. El uso del don de fe se ve muy claramente en la fe de Pedro para que el milagro de la muerte repentina de Ananías se repitiera con su esposa.
Como resultado del uso de estos dones del Espíritu Santo, “vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas… y ninguno se atrevía a juntarse con ellos” (Hechos 5:11, 13). Los discípulos fueron conocidos como hombres que revolucionaron el mundo gracias al poder que se manifestó a través de ellos después de que obedecieron el mandato de Jesús de esperar en Jerusalén hasta recibir poder de lo alto. Hoy, el Señor nos está devolviendo los años que devoró la oruga, el saltón, el revoltón, y la langosta.
Los discípulos fueron conocidos como hombres que revolucionaron el mundo gracias al poder que se manifestó a través de ellos.
¡Si ha existido un día en el cual se ha necesitado el poder completo del Espíritu Santo es hoy! Todos los ruegos y los razonamientos jamás hubieran liberado al pueblo de Dios del yugo de Egipto. Fue la operación de milagros por medio de Moisés lo que no sólo quebrantó la oposición del faraón sino que destruyó a Egipto. En nuestros días hay tantas fuerzas o tanto mal obrando para entronizar al Anticristo, que la forma tradicional de predicar y de reunirse no servirá, y de hecho ¡no ha servido! ¡Debemos predicar el Evangelio con demostración de poder del Espíritu Santo! Sanar a los enfermos y echar fuera demonios, así como hablar en nuevas lenguas son señalas que deben acompañar la predicación del Evangelio, según la promesa de Jesús en Marcos 16:17, 18. ¡Debemos hacer cosas más grandes que Jesús, porque Él ha vuelto al Padre!
Dios está dispuesto a darnos más poder del Espíritu Santo para satisfacer las exigencias de nuestro tiempo. ¿Por qué tantos creyentes niegan hoy el poder de Jesucristo para sanarnos? Porque nunca han sido testigos de un milagro de sanidad en medio de ellos. ¿Por qué hay tantas personas aburridas en sus reuniones de “adoración”? Porque tienen que soportar una función estereotipada cada domingo. Nunca se les enseña a moverse en el Espíritu, a adorar en espíritu y en verdad. Si la congregación se reúne en el Espíritu para adorar al Señor Jesucristo y se sienta a sus pies, permanecerá en la casa del Señor el día entero, como sucede en las iglesias Bakht Singh organizadas en India. Allí los creyentes pasan nueve horas, e incluso más, en comunión con el Señor resucitado en el día del Señor.
La visión del Cuerpo de Cristo no es un tema fantasioso, una ensoñación o una utopía. Ciertamente habrá una iglesia conquistadora y vencedora, la Novia de Cristo. Porque Jesucristo no sólo murió por nuestros pecados, sino que “amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella… a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:25, 27).
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14).
Los miembros son colocados en el Cuerpo según el propósito de Dios y como Él quiere.
Hay muchos cristianos que saben que Dios tiene un plan. Incluso puede que tengan una revelación de su plan y una visión clara, y a pesar de eso nunca ser partícipes de ella. No basta con ser un espectador o un “experto” en asuntos espirituales. El propósito de Dios nunca ha sido entretener a los creyentes cuando Él les revela su plan, sino más bien invitarlos a participar de manera activa glorificándolo y ejecutando su plan.
Dios trazó su plan desde antes de la fundación del mundo. El primer objetivo es la redención del hombre caído por medio del sacrificio y la sangre de Jesús en la cruz. Pero ¿qué se espera de la compañía de los redimidos? ¿Deben vivir como gente redimida, santificada y bautizada en el Espíritu, sin preparación alguna para los tiempos venideros? ¿O deben crecer espiritualmente hasta alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo? Hay una consumación del plan de Dios que sucederá en el cumplimiento de los tiempos. Esta consumación gloriosa es la unión, o el matrimonio de Cristo y su Novia, que es su Iglesia, su Cuerpo.
¿Has meditado alguna vez en el Cuerpo de Cristo? Pablo nos dice en Efesios 1:23 que el Cuerpo de Cristo es la plenitud de Cristo. ¿Comprendes en realidad lo que esto significa? Significa que Cristo alcanza la plenitud mediante el crecimiento pleno de su Cuerpo. La Cabeza y el Cuerpo son uno solo, no dos entidades separadas. Con todo, también significa que Cristo está completo y se basta a sí mismo.
A Pablo, uno de los santos apóstoles y profetas (Efesios 3:5) le fue concedida la revelación del misterio de Cristo que existía pero que estuvo escondida en Dios hasta los tiempos de Pablo. Por medio de la revelación de este misterio, la Iglesia de Cristo ha llegado a comprender su elevado llamado y su destino: el cuerpo es la plenitud (culminación) de Cristo, la cabeza. Sin el Cuerpo, Cristo no puede estar completo. La plenitud más gloriosa de Cristo, absoluta y que abarca todo, se logrará cuando el cuerpo, formado por muchos miembros, se vuelva uno con la Cabeza (1 Corintios 12:12). La unidad será consumada cuando el Padre junte a todos en Cristo, mediante el matrimonio. La plenitud de su Cuerpo será morada de Dios en el Espíritu (Efesios 2:22).
Tal vez te preguntes: “¿Dónde está este Cuerpo de Cristo?” El Cuerpo de Cristo es un Cuerpo espiritual conformado por muchos miembros que nacen del Espíritu de Dios. Los miembros son colocados (puestos) en el Cuerpo según el propósito de Dios y como Él quiere (1 Corintios 12:18). Por eso es tan importante que los miembros del Cuerpo de Cristo conozcan su función en el Cuerpo y no traten de ser algo diferente a lo cual fueron llamados. ¿Has pensado que eres un “miembro más débil” del Cuerpo de Cristo? Lee lo que dice 1 Corintios 12:22: “son los más necesarios”. Sólo porque no eres llamado a ser un apóstol no significa que no tengas parte en el Cuerpo de Cristo. “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?” (Romanos 9:20-24). Lee también 1 Corintios 12:23. ¿Estás funcionando como miembro del Cuerpo de Cristo según el llamado de Dios para ti?
Puesto que la membresía en el Cuerpo de Cristo se basa en el nacimiento espiritual, las distinciones de raza son irrelevantes para aquellos que están “en Cristo”. Por consiguiente, judíos y gentiles pertenecemos al “mismo cuerpo” (Efesios 3:6), estamos “juntamente con Cristo, y juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:5, 6). Tanto judíos como gentiles “tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios 2:14, 18).
Ya que el cumplimiento de las profecías de los últimos tiempos apunta al fin próximo de esta dispensación, los cristianos gentiles deben ser muy cuidadosos en no perder de vista el papel de los judíos en el plan de Dios para el Cuerpo de Cristo. Los judíos nacidos de nuevo ignoraron el papel de los gentiles hasta que el Señor les abrió la puerta por medio de Pedro en la casa de Cornelio. Los cristianos de hoy no necesitan una revelación o una visión, como sucedió a Pedro, para poder entender la importancia de los judíos en el plan de Dios. Las Sagradas Escrituras declaran con toda claridad que los judíos no han sido desechados por Dios, sino que más bien les fue dado un “espíritu de estupor” (Romanos 11:8), que es el velo sobre sus corazones. Oremos con fervor y perseverancia para que el Señor derrame de nuevo su Espíritu sobre los judíos en todo el mundo, para que se vuelvan de corazón a Jesucristo. El velo no está sobre sus corazones para que no puedan creer, como algunos suponen; antes bien, el velo es quitado de inmediato cuando los judíos se vuelven al Señor Jesucristo (2 Corintios 3:16).
“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6).
Se necesita una gran concurrencia de judíos para que el Cuerpo de Cristo esté completo.
Así como en tiempos de la iglesia primitiva Israel fue ciego al papel de los gentiles en el plan de Dios, los cristianos gentiles han sido ciegos al papel de los judíos en el Cuerpo de Cristo. ¿Quién es el causante de esto? ¡Es obra de un enemigo! Algunos cristianos saben que un puñado de judíos se ha unido a la iglesia, pero la mayoría no entienden que se necesita una gran concurrencia de judíos para que el Cuerpo de Cristo esté completo.
La unión de judíos y gentiles en el Cuerpo de Cristo es el cumplimiento del plan de Dios. Satanás ha instigado una nación tras otra a exterminar la nación de Israel de la faz de la tierra. Muchos cristianos gentiles actúan como si los judíos hubieran sido excluidos del plan de Dios. ¡No es así! Porque “si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (Romanos 11:15).
Desde los tiempos de los patriarcas hasta nuestros días, el Señor ha tenido siempre un remanente en la nación de Israel, que es el Israel espiritual. Lo ha tenido incluso en períodos de idolatría nacional, durante la cautividad en Babilonia, y en la actual dispersión. En nuestros días, vemos que “aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia”, tal como fue revelado al apóstol Pablo (Romanos 11:5).
Cuando Israel como nación rechazó al Mesías, es decir, a nuestro Señor Jesucristo en su primera venida, su rechazo se tradujo en bendición para los gentiles. En última instancia, fue a la nación de Israel que Dios “les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo”. Ellos desaprovecharon su última oportunidad al decir: “Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad” (Mateo 21:33-46; cf. también Hechos 3:12-26; 7:51, 52). El rechazo del Hijo cerró la puerta a Israel, pero abrió una a los gentiles.
Después de haber rechazado al Mesías, “algunas de las ramas fueron desgajadas” (Romanos 11:16, 17). Esto significa que la fracción incrédula de Israel fue desgajada del buen olivo. El remanente, o el Israel espiritual, permaneció en el buen olivo. En lugar de las ramas desgajadas, fueron injertadas en el buen olivo las ramas del olivo silvestre, que son los gentiles. Pero eso no significa que Dios haya desechado a su pueblo para siempre. El hecho de que “ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Romanos 11:25), demuestra que esta ceguera parcial llegará a su fin al cabo de un tiempo señalado.
Desde que fueron injertados, los gentiles han sido hechos participantes “de la raíz y de la rica savia del olivo”. Esto significa que aquellos que estaban “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12), entraron por la fe en las promesas y las bendiciones de Israel. Efesios 2:19-22 nos enseña que los gentiles ya no son “extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos (Israel), y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”—el Cuerpo de Cristo—“en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”. Esto quiere decir que los gentiles entraron en el plan de Dios como extranjeros y fueron naturalizados por la fe por medio de la sangre de Jesús.
Sin embargo, debemos recordar que los gentiles nunca tomaron el lugar de Israel en el plan de Dios. Israel aún tiene que asumir el lugar que le pertenece, “y luego todo Israel será salvo” (Romanos 11:26).
La fracción incrédula de Israel fue desgajada “por su incredulidad”, y ha menguado “hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Romanos 11:12, 20, 25).
Si la incredulidad de Israel trajo la salvación a los gentiles, ¡cuánto más traerá al mundo su fe en Jesucristo! ¡Cuán glorioso será cuando sea revelado este misterio, oculto por la ignorancia hace más de dos mil años! (Romanos 11:15, 25).
Aunque los israelitas se volvieron “enemigos del evangelio” por causa de los gentiles, la elección de Israel no ha cambiado. Ellos siguen siendo “amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29).
Los gentiles, sin merecerlo, y estando aún en incredulidad, recibieron la gracia por causa de la incredulidad de Israel. Por lo anterior, los gentiles no deben jactarse sino temer, porque tan sólo han sido injertados en el olivo, el cual los sostiene (Romanos 11:29, 20, 18). A menos que lleven fruto, el Señor no dudará en desgajar las ramas del olivo silvestre que han sido injertadas en el buen olivo, ya que tampoco dudó en desgajar las ramas naturales (Romanos 11:21-24).
No osamos jactarnos frente a las ramas desgajadas (Israel en su exclusión temporal) sino que más bien permanecemos en la bondad, no sea que también seamos cortados (Romanos 11:18, 22). Pidamos al Señor que ponga sobre nosotros gran clamor e intercesión por los judíos, para que puedan volverse de todo corazón al Señor Jesucristo y despertar de su estupor. Sin la plenitud de los judíos, el Cuerpo de Cristo nunca estará completo. Esto significa también que el plan de Dios no puede estar completo sin ellos. “Porque de Jerusalén saldrá un remanente, y del monte de Sion los que se salven. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto. Lo que hubiere quedado de la casa de Judá y lo que hubiere escapado, volverá a echar raíz abajo, y dará fruto arriba” (Isaías 37:32,31).
Según el plan encubierto de Dios, los israelitas que no creen ahora obtendrán misericordia por medio de nuestra misericordia. Por lo tanto, no debemos ser ignorantes de este misterio (¡es un mandato apostólico!) sino más bien interceder por Israel a fin de que alcancen misericordia y sea quitado el velo que tienen ahora sobre sus corazones. “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).
¿Dónde podemos encontrar la realidad y los comienzos del Cuerpo de Cristo?
Puede que muchos de ustedes se pregunten en dónde funciona realmente este Cuerpo de Cristo del cual hablamos. Es algo comprensible, porque oímos personas que hablan del Cuerpo de Cristo, que escriben y predican acerca de él; pero ¿dónde podemos encontrar la realidad o los comienzos del Cuerpo de Cristo?
El Cuerpo de Cristo no es una nueva denominación sino más bien la reunión de los creyentes vencedores de todas las denominaciones creadas por el hombre. Por ejemplo, en nuestro grupo tenemos creyentes que proceden de nueve denominaciones: antiguos miembros de la iglesia metodista, episcopal, bautista, luterana alemana, rusa ortodoxa, pacto de la misión, presbiteriana, católico romana, y otras evangélicas independientes. Nosotros no conferimos una membresía formal sino que insistimos en la regeneración (según San Juan 3:3, 5) como condición mínima e imprescindible para participar. Todos diezmamos, y nos reunimos tres veces por semana: los domingos para cultos de adoración que duran entre 3 y 4 horas; los lunes para estudios bíblicos y enseñanza; y los martes para oración, intercesión, y ministerio de liberación.
Creemos que a medida que avanzamos en nuestro tiempo de preparación, el Señor añadirá no sólo aquellos que han de ser salvos sino también a los que serán diáconos y ancianos según el modelo establecido en el Nuevo Testamento. Asimismo, Él establecerá los cuatro ministerios mencionados en Efesios 4:11, a fin de que seamos una iglesia que funciona plenamente, una iglesia local del Nuevo Testamento.
En este tiempo de preparación Dios no exhibe al Cuerpo de Cristo a la vista pública, y tampoco le permite hacer espectáculos carnales. Esto no significa que los miembros del Cuerpo de Cristo estén esperando pasivamente la perfección futura, sino que más bien están comprometidos activamente en su preparación—en espíritu, alma, y cuerpo—y que libran la batalla en todos los frentes. Podemos comparar la preparación de nuestros días con el período de 120 años durante los cuales predicó Noé “mientras se preparaba el arca” (1 Pedro 3:20). Todos los que oyeron el llamado de Noé tuvieron la oportunidad de prepararse para la acción divina posterior, que fue el juicio del diluvio. Pero una vez que el diluvio sobrevino a los que no estaban preparados, fue demasiado tarde para arrepentirse o entrar en el arca: para ellos, el tiempo de la preparación había pasado.
Así es en nuestro tiempo. El Señor por su Espíritu llama a un pueblo para sí. Aquellos que atiendan su llamado “saldrán de ella” (Apocalipsis 18:4) y se someterán por voluntad propia a la obra del Señor para que Él pueda ubicarlos en el lugar que les corresponde en el Cuerpo de Cristo. Esta revelación nada tiene que ver con la idea de una escapada semanal encubierta para asistir a una reunión de oración donde se manifiesten los dones del Espíritu, y donde los aventureros espirituales puedan saborear un bocadito del viento avivador del Espíritu Santo y aliviar el tedio de las monótonas reuniones de sus denominaciones. No es posible participar en el Cuerpo de Cristo de manera parcial, sino que este debe funcionar como el taller permanente de preparación divina. El trabajo del taller no es popular entre los cristianos carnales porque su propósito está oculto a los sabios y entendidos.
Cuando Salomón estaba construyendo el templo según el plan de Dios, cumplía en él un tipo de la obra presente de Dios de unir al Cuerpo de Cristo, la cual será su morada por medio del Espíritu.
En 1 Reyes 6:7 leemos lo siguiente: “Y cuando se edificó la casa, la fabricaron de piedras que traían ya acabadas”. Esto quiere decir que cada piedra y cada parte del templo fueron puestas en cada fase de la obra hasta que cada una quedó ubicada en el lugar señalado conforme al diseño exacto del Maestro. Sólo cuando cada parte encaja a la perfección con todas sus partes adyacentes estará unida al templo: primero fabricada, luego instalada. Las Escrituras declaran también: “de tal manera que cuando la edificaban, ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro”. Cuando todas las partes del templo fueron terminadas en el taller, fueron unidas en tierra santa sin más ajustes ni trabajos. Como resultado, tan pronto fue terminado el templo, “la nube llenó la casa de Jehová. Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (1 Reyes 8:10-11). Cuando Cristo en toda su gloria llena su Iglesia, toda labor humana cesa y ninguna carne se puede gloriar ante Él.
Mientras las diez vírgenes estaban en el tiempo de preparación para la venida del Novio, sólo la mitad de ellas se alistaron para su llegada. Cuando “se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” las cinco vírgenes sabias entraron, mientras que las cinco insensatas habían desperdiciado su tiempo de preparación y habían agotado su porción de aceite, de manera que en el momento más crucial sus lámparas se apagaron. A su clamor desesperado “Señor, señor, ábrenos!” Él contestó: “De cierto os digo, que no os conozco” (Mateo 25:1-13).
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 3:22). Los miembros del Cuerpo de Cristo que están en plena preparación en el taller de Dios están ocultos del mundo, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).
“Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, por toda la tierra ha salido la voz de ellos, y hasta los fines de la tierra sus palabras” (Romanos 10:16-18). ¡Amén!
Corporación Monte Sión, A. A. 7278, Bogotá, Colombia
Edición en inglés: © 2019 The New Testament Fellowship
Publicado por Thomas E. Lowe, Ltd., New York
Versión castellana: Corporación Monte Sión, Bogotá.
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