La ciudad de Abraham

Moró en tiendas… porque esperaba una ciudad.

Jaan E. Vaino

Los edificios espirituales en los que viven muchos cristianos hoy carecen del poder, la fe viva y el alimento espiritual que las Escrituras revelan claramente acerca de la iglesia del Nuevo Testamento.

Abraham, el pionero de la fe y el primer patriarca de Israel emprendió su histórico viaje a Canaán saliendo de su ciudad natal Ur, ubicada en la antigua Caldea. Dicha región se conocía como Babilonia, por su capital del mismo nombre. En lengua caldea, Babilonia significa nada menos que “puerta de Dios”. Al llamar así la ciudad, los fundadores de Babilonia parecieran haberle atribuido un oficio espiritual noble, considerándose ellos mismos guardianes del camino a Dios mismo.

Sin embargo, en hebreo “Babilonia” es sinónimo de “confusión”. A los ojos de quienes conocían al Dios de Israel, los babilonios vivían en confusión acerca de la persona y la naturaleza de Dios, de sus propias identidades y del propósito y significado de la vida misma. Incluso Abraham procedía de una familia de adoradores caldeos idólatras[i].

En medio de esa confusión, Dios habló a Abram (su nombre original). Dios le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”[ii]. Además dijo:

“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”[iii].

Abraham creyó a Dios, reunió a su familia y salió en busca de esa tierra prometida. Las Escrituras constatan que él partió sin saber a dónde iba[iv], pero que su destino se esclareció a medida que avanzaba en su recorrido. Las Escrituras relatan que “salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron”[v]. Luego Dios prometió: “A tu descendencia daré esta tierra”[vi]. Cuando salió de Caldea[vii], Abraham tenía setenta y cinco años y no tenía hijos.

Dios instó al patriarca a que divisara la tierra desde lo alto y a que la recorriera porque Él se proponía entregarla toda a Abraham[viii]. Aunque él, al igual que su esposa estaba “ya casi muerto”[ix] para tener hijos, Dios les concedió la dicha de tener su propio hijo, que nació gracias a que creyeron la promesa de Dios. Isaac se convirtió en el vínculo viviente con el cumplimiento de las enormes promesas divinas. Abraham murió en fe, sin haber visto con sus ojos el cumplimiento en toda su extensión. Sin embargo, mediante su fe en la fidelidad comprobada de Dios, Abraham vio el cumplimiento pleno en la distancia del tiempo[x].

Después de recibir su propia tierra, su heredero para asegurar su posesión y la promesa de la bendición a todas las familias de la tierra por medio de él, ¿qué más podría desear Abraham? ¿Qué más podría contemplar su fe y su imaginación? Aún así, Dios tenía mucho más en mente para su amigo. Las Escrituras nos dicen que Dios animó a Abraham con una herencia que iba mucho más allá de Canaán, mucho más allá de la tierra misma. Y eso anhelaba Abraham:

Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios[xi].

Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad[xii].

Dios ha preparado una “ciudad”. Quizás usted diga: “¡Qué bella figura retórica para describir el cielo!”.

Dios ha preparado una “ciudad”. Quizás usted diga: “¡Qué bella figura retórica para describir el cielo!”.

Pero no es así. No se trata de una metáfora. Es una ciudad real, de verdad, ¡un lugar que esperaba Abraham con gran emoción! ¡Abraham la ansiaba! El apóstol Juan recibió una visión detallada de la misma ciudad, cuya descripción encontramos hacia el final del libro de Apocalipsis:

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron[xiii].

Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero[xiv].

Juan continúa su descripción mientras el ángel mide la ciudad y revela su grandiosidad: Mide alrededor de 3.600 kilómetros cuadrados tanto de anchura y longitud como de altura[xv]. Un examen cuidadoso revela más detalles grandiosos: “Los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa”, entre ellas zafiro y topacio[xvi]. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio”[xvii]. Juan añade:

Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero[xviii].

¡Con razón Abraham y los santos que lo siguieron anhelaban esa ciudad! Nada, en ningún lugar, se le compara. Es la morada eterna de Dios mismo.

¡Con razón Abraham y los santos que lo siguieron anhelaban esa ciudad! Nada, en ningún lugar, se le compara. Es la morada eterna de Dios mismo.

Él ángel llama la ciudad “la desposada, la esposa del Cordero”[xix]. Juan señala que está “dispuesta como una esposa ataviada para su marido”[xx].

Pablo habló de Cristo y su iglesia en términos similares: “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”[xxi]. Y exhortó: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha[xxii]. Aquí resulta fácil imaginar a Cristo, en novio divino, y a la iglesia, su radiante novia, uno al lado del otro en una boda celestial. Al referirse al hecho de que Dios une al esposo y la esposa como “una sola carne”, Pablo declara que “grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia[xxiii].

Juan el Bautista también comparó a Jesús con un novio que tiene a su desposada: “No soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”[xxiv].

Pablo se refirió a la congregación de Éfeso como a “conciudadanos” (en sentido literal, un ciudadano es aquel que es natural de una ciudad[xxv]).

Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu[xxvi].

La morada de Dios, su ciudad eterna, es su iglesia, la novia desposada con su Hijo. La ciudad que Juan describió tiene cimientos de piedras preciosas y puertas de perla. La ciudad y sus calles están hechas de oro puro, transparente como el vidrio, y su muro está adornado con piedras preciosas. Sin embargo, la naturaleza de esos materiales tan costosos supera en todo a los metales y piedras preciosas que conocemos en la tierra.

La morada de Dios, su ciudad eterna, es su iglesia, la novia desposada con su Hijo. La ciudad que Juan describió tiene cimientos de piedras preciosas y puertas de perla. La ciudad y sus calles están hechas de oro puro, transparente como el vidrio, y su muro está adornado con piedras preciosas. Sin embargo, la naturaleza de esos materiales tan costosos supera en todo a los metales y piedras preciosas que conocemos en la tierra.

Cuando enseña acerca de sustentar a los ministros, Pablo cita la ley de Moisés: “No pondrás bozal al buey que trilla”[xxvii]. Aun así, pregunta: “¿Tiene Dios cuidado de los bueyes,

Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros se escribió; porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto”[xxviii].

También podemos preguntarnos: “¿Son piedras preciosas, oro y perlas lo que Dios desea realmente? ¿Son aquello con lo que tendrá comunión por la eternidad? ¡Definitivamente no! Si Él deseara tales tesoros, podría crear para sí en cualquier momento diez universos repletos de ellos. El amado pueblo de Dios es el tesoro costoso, son los creyentes comprados con tanto sacrificio con quienes Él desea rodearse para siempre.

Veamos los cimientos de la ciudad. Hay algo escrito en ellos: ¡Nombres! Los nombres de los doce apóstoles del Cordero. ¿Y qué hay en las puertas de perla? ¡Más nombres! Los de las doce tribus de Israel, aquellos por quienes deben entrar todos a esa ciudad[xxix].

Las cualidades superlativas de los materiales empleados para construir la ciudad reflejan las cualidades de los hijos de Dios que la componen. Para Dios, ellos son preciosos, transparentes y puros; ¡Él los convierte en un templo viviente en quienes Él manifestará para siempre su sabiduría, su maestría y su gloria!

Es imposible describir como conviene esta ciudad, esta novia, esta morada e iglesia de Dios en una sola explicación. Dios la retrata de diversas maneras para describir lo que es. Hoy, ella es la congregación o la iglesia de Cristo (en griego, ekklesia, “un conjunto, una congregación”[xxx]). Ella es su cuerpo[xxxi], su templo[xxxii], su novia que se prepara. Más adelante será llamada la esposa del Cordero, la morada eterna y la ciudad de Dios. Hoy, ella está en proceso de convertirse en aquello que será entonces. Quienes responden al llamado de Dios para formar parte de ella están desarrollando, como ha sucedido a lo largo de los siglos, las cualidades reflejadas en el esplendor de la nueva Jerusalén. Aunque resulte impensable a la luz de la eternidad, algunos calculan el costo y rechazan su invitación.

Esta es la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios[xxxiii]. Su diseño y el diseño para su iglesia son suyos y de nadie más. Pensemos en la obra de un gran arquitecto: Él le imprime a su creación un conjunto impresionante de habilidades y disciplinas. Él concibe, crea, calcula, prueba, inspecciona, dictamina y comunica. Tiene en cuenta la función, la resistencia, la pureza y la belleza de sus materiales; su diseño unifica su variedad para convertirlos en un todo equilibrado y funcional. El constructor experto ejecuta fielmente el diseño del arquitecto y contrata a obreros capaces para el trabajo.

Así pues, ¡con cuánta diligencia y cuidado debería cada cristiano entender y asumir su papel en el plan de Dios para su iglesia! Sin embargo, muchos nos sentimos en libertad de improvisar otros diseños, tanto en nuestra vida como en nuestras iglesias. Por desdicha, muchos aún desconocen la naturaleza, el funcionamiento y el ministerio de la iglesia del Nuevo Testamento, a pesar de que las Escrituras proveen enseñanza clara y asequible acerca de todo ello. Los edificios espirituales en los que viven muchos cristianos hoy carecen del poder, la fe viva y el alimento espiritual que las Escrituras revelan claramente acerca de la iglesia del Nuevo Testamento. Sin embargo, el maravilloso diseño de Dios para su iglesia y su invitación a seguirlo no han cambiado. Si el pueblo de Dios regresa y construye “conforme” al modelo divino, Dios puede y revertirá siglos de descuido y pérdida, para restaurar a su iglesia a su vitalidad y a su testimonio originales en un mundo que los necesita con tanta urgencia.

Así pues, ¡con cuánta diligencia y cuidado debería cada cristiano entender y asumir su papel en el plan de Dios para su iglesia! Sin embargo, muchos nos sentimos en libertad de improvisar otros diseños, tanto en nuestra vida como en nuestras iglesias. Por desdicha, muchos aún desconocen la naturaleza, el funcionamiento y el ministerio de la iglesia del Nuevo Testamento, a pesar de que las Escrituras proveen enseñanza clara y asequible acerca de todo ello. Los edificios espirituales en los que viven muchos cristianos hoy carecen del poder, la fe viva y el alimento espiritual que las Escrituras revelan claramente acerca de la iglesia del Nuevo Testamento. Sin embargo, el maravilloso diseño de Dios para su iglesia y su invitación a seguirlo no han cambiado. Si el pueblo de Dios regresa y construye “conforme” al modelo divino[xxxiv], Dios puede y revertirá siglos de descuido y pérdida, para restaurar a su iglesia a su vitalidad y a su testimonio originales en un mundo que los necesita con tanta urgencia.

Aquello que construyan hoy los cristianos será lo que Dios incorpore, o no, a su ciudad santa. Si insistimos en ejecutar nuestros propios diseños, puede que Dios nos permita hacerlo, pero el resultado algo que no es su iglesia, y Él no va a seguirnos en fingir lo contrario. Los cristianos también pueden construir estructuras solemnes cuyo destino es, tristemente, ser quemado[xxxv]. Solo lo que se construye con el oro, la plata y las piedras preciosas que reflejan las cualidades de la nueva Jerusalén pueden pasar el riguroso examen de Dios[xxxvi].

Dios mismo es el constructor de esta ciudad eterna. Jesús dijo: “Yo… edificaré mi iglesia”[xxxvii]. El Espíritu Santo es quien une a sus miembros: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo”[xxxviii]. Cada vez que un creyente es bautizado en el cuerpo de Cristo y queda unido a los otros miembros, eso sucede por una obra sobrenatural del Espíritu Santo. Es un acto soberano de Dios, no exclusivamente nuestro; se basa en la elección de Dios por nosotros, no en nuestra elección independiente como cuando elegimos nuestra compañía predilecta.

Esta unión se expresa en el ministerio mutuo de los miembros, “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor[xxxix]. Las Escrituras contienen muchas enseñanzas prácticas para alentar este ministerio recíproco entre los miembros. Estos son algunos ejemplos:

Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación[xl].

Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a este es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere[xli].

Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría[xlii].

¡Leamos estos pasajes, si es posible, creyendo que cada palabra es tan cierta para la iglesia de Dios en la acutalidad como lo fue cuando la tinta estaba todavía húmeda en el pergamino donde se escribió!

Por último, ¡volvamos a Abraham! Como nuestro padre de la fe, la mayoría de nosotros es originario de alguna Babilonia espiritual. Al igual que él, hemos oído la invitación de Dios a poseer una tierra nueva y desconocida a la cual ha prometido guiarnos. Tampoco sabemos con exactitud a dónde nos dirigimos, pero conocemos a Aquel que nos ha llamado y sabemos que es fiel. Quienes atienden el llamado de Dios de edificar a su iglesia como Él la ha diseñado pueden, en efecto, sentir en un principio que carecen de dirección. Pero Dios, que guió a Abraham en su recorrido sin desviarse, sabe cómo unirnos a otros miembros del cuerpo para ubicarnos en el lugar que Él ha dispuesto para nosotros.

Por último, ¡volvamos a Abraham! Como nuestro padre de la fe, la mayoría de nosotros es originario de alguna Babilonia espiritual. Al igual que él, hemos oído la invitación de Dios a poseer una tierra nueva y desconocida a la cual ha prometido guiarnos. Tampoco sabemos con exactitud a dónde nos dirigimos, pero conocemos a Aquel que nos ha llamado y sabemos que es fiel. Quienes atienden el llamado de Dios de edificar a su iglesia como Él la ha diseñado pueden, en efecto, sentir en un principio que carecen de dirección. Pero Dios, que guió a Abraham en su recorrido sin desviarse, sabe cómo unirnos a otros miembros del cuerpo para ubicarnos en el lugar que Él ha dispuesto para nosotros.

En los últimos versículos de Apocalipsis todos recibimos la misma invitación:

“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”[xliii].

En todo lugar, el Espíritu Santo habla al oído y al corazón del cristiano y también del no cristiano, diciendo: “¡Ven!” La novia, la iglesia de Cristo, reitera el llamado en su propia voz, la cual debe oírse más y de manera entrañable: “¡Ven!” Ven gratuitamente a Jesús el Salvador; ven también, a Jesús el Novio. Abandona la confusión del mundo y ven. Ven para unirte a Él y a su pueblo. ¡Ven ahora para plantar tu hogar eterno en la ciudad donde vive Abraham!

El texto anterior se basa en un mensaje de Jaan E. Vaino en una reunión de la New Testament Fellowship.

Los pasajes fueron tomados de la versión Reina Valera 1960.

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[i] Josué 24:2

[ii] Génesis 12:1

[iii] Génesis 12:2-3

[iv] Hebreos 11:8

[v] Génesis 12:5b Taré, padre de Abram, había salido antes con Abram. Lot y Sarai para Canaán (Génesis 11:31). Lot llegó hasta Harán y se estableció allí. ¿Cuál fue su motivación? ¿Por qué falló en llegar a la meta?

[vi] Génesis 12:7

[vii] Génesis 12:4

[viii] Génesis 13:14-17

[ix] Hebreos 11:12

[x] Hebreos 11:13

[xi] Hebreos 11:8-10

[xii] Hebreos 11:13-16

[xiii] Apocalipsis 21:1-4

[xiv] Apocalipsis 21:9-14

[xv] Apocalipsis 21:16

[xvi] Apocalipsis 21:19-20

[xvii] Apocalipsis 21:21

[xviii] Apocalipsis 21:22-27

[xix] Apocalipsis 21:9

[xx] Apocalipsis 21:2

[xxi] Efesios 5:23

[xxii] Efesios 5:25-27

[xxiii] Efesios 5:32

[xxiv] Juan 3:28b-30

[xxv] Diccionario RAE (Real Academia Española). Consulta en línea (22/4/2024).

[xxvi] Efesios 2:19-22

[xxvii] 1 Corintios 9:9

[xxviii] 1 Corintios 9:9-10

[xxix] Juan 4:22b. “…porque la salvación viene de los judíos”. Jesús es judío, al igual que todos los autores de cada uno de estos pasajes.

[xxx] Concordancia Strong (Diccionario griego; palabra No. 1577).

[xxxi] Efesios 1:23

[xxxii] 1 Corintios 3:16; Efesios 2:21

[xxxiii] Hebreos 11:10

[xxxiv] Éxodo 25:9, 20; 26:30; 27:8b; 31:11b. Instrucción que Moisés recibió en varias ocasiones acerca del tabernáculo y su mobiliario.

[xxxv] 1 Corintios 3:13b-15

[xxxvi] 1 Corintios 3:10-15 (edificar sobre el fundamento de Cristo).

[xxxvii] Mateo 16:18

[xxxviii] 1 Corintios 12:13

[xxxix] Efesios 4:15-16

[xl] 1 Corintios 14:26b

[xli] 1 Corintios 12:4-11

[xlii] Romanos 12:4-8

[xliii] Apocalipsis 22:17