La iglesia: su cuerpo, su novia

En el Calvario, mirando más allá de la cruz, Jesús sufrió agonía física y espiritual para un gran propósito: “por el gozo puesto delante de él.” (Hebreos 12:2) El vio salvación para la humanidad arruinada por el pecado; El vio la victoria sobre Satanás y la muerte; El vio a los cielos habitados eternamente por los redimidos. Pero por encima de todo, El vio la iglesia.

“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.” (Efesios 5:25-27) El sabía que del Calvario iba a proceder Su novia: “Hueso de Su hueso, carne de Su carne”; ella sería el vaso escogido para el plan de Dios en la tierra, tal como El lo fue.

Considere el incomparable alcance del llamado de la iglesia, la anchura de lo que Dios ha planeado:

  • Es Su intención “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor.” (Efesios 3:10,11)
  • La iglesia es la plenitud de Cristo, “la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efesios 1:23)
  • La iglesia sera la eternal habitación de Dios “en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.” (Efesios 2:22)
  • La iglesia es la novia de Cristo. Eternamente estará unida a El a Su regreso a la tierra. (Apocalipsis 19:7)

Lo que sigue a continuación es una breve reseña sobre la iglesia, según esta se nos revela en el Nuevo Testamento. Se ha escrito con la esperanza que aquellos que la lean puedan captar la visión de la iglesia tal como Cristo la tendrá.

La naturaleza de la iglesia

Los tres nombres principales de la iglesia – la iglesia, el cuerpo y la novia (la desposada o esposa) – revelan en sí bastante sobre su naturaleza.

La palabra “iglesia” proviene de la palabra griega ecclesía, que quiere decir “una asamblea apartada”, o sea, aquellos entre la humanidad llamados de Dios a ser Su pueblo y que pertenecen especialmente a El.

La palabra “cuerpo” describe la relación de los miembros de la iglesia con Cristo Jesús, la cabeza del cuerpo, y los unos con los otros. En un cuerpo, los miembros están íntimamente unidos a la cabeza y al mismo tiempo están indivisiblemente unidos los unos a los otros. La iglesia funciona como un cuerpo.

La palabra “novia” habla sobre el futuro de la iglesia como la esposa del Cordero, a lo cual ella ha sido llamada a prepararse activamente. Ella estará unida a Cristo por toda la eternidad, sentada con El en Su trono, compartiendo Su autoridad y gloria. (Apocalipsis 19:7; también 3:21 y 2:26,27; Juan 17:22).

Sin embargo, la palabra “iglesia” presenta un problema de semántica, ya que existe una diferencia entre lo que la palabra normalmente quiere decir y su significado en el Nuevo Testamento. Hoy en día, “íglesia” puede significar el edificio donde la gente se reune para un servicio religioso o puede referirse a la gente propiamente. Las personas usualmente “pertenecen” a una iglesia o se “unen” a una; algunos miembros pueden haber renacido, otros no. Pero la iglesia en el Nuevo Testamento era muy diferente. Todos sus miembros habían nacido de nuevo. Debemos distinguir entre la verdadera iglesia de Jesucristo y varias asociaciones de gentes que se llaman “Cristianos” – aun cuando posiblemente carezcan de salvación. Para evitar confusiones, vamos a utilizar más frecuentemente la expresión “cuerpo” de Cristo, queriendo decir la iglesia en el sentido de la palabra tal como aparece en el Nuevo Testamento.

En el Nuevo Testamento, encontramos que el Cuerpo estaba compuesto de miembros reunidos en iglesias locales. Frecuentemente se reunián en las casas de los creyentes. (Romanos 16:5; Colosenses 4:15; Filemón 2) La mayoría de los miembros permanecían en sus propias localidades, mientras que algunos iban de un lugar a otro, según como Dios los guiaba en el ministerio estableciendo y nutriendo a las iglesias locales. Juntos, constituyeron la iglesia como un todo y mantuvieron una maravillosa combinación de libertad, orden y poder.

Es de anotar, que la iglesia no se desarrolló como la expresión del mejor intento del hombre por encontrar algo que funcionara. La iglesia brotó a la vida el día de Pentecostés y fue adquiriendo madurez spiritual a través de un patrón dado por Dios. La iglesia comenzó por poder sobrenatural y fue investida con dones sobrenaturales por el Espíritu Santo.

Los dones del Espíritu Santo

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio”, encargó Jesús a sus discípulos después de Su resurrección, pero a su vez les ordena, quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” (Lucas 24:49) Ellos esperaron, y cuando llegó el día de Pentecostés todos fueron revestidos de poder por el Espíritu Santo; lenguas como de fuego se asentaron sobre ellos y comenzaron a hablar en otros idiomas “según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2:4)

Visitantes habían venido a Jerusalén de Roma, Asia Menor, Arabia y de muchas otras tierras, y sin embargo oyeron a los discípulos “hablar cada uno en [su] lengua!” (Hechos 2:8-11) Aquel poderoso bautismo con el Espíritu Santo no solo transformó a Pedro y los otros apóstoles en valientes y poderosos predicadores del evangelio, sino que hizo mucho más. Forjó a toda la compañía de creyentes en una sola vida común y victoriosa – una perdurable y vital unión, provista de poder, que el Diablo no podía destruir.

Satanás pronto intentó adulterar la iglesia mediante un ardid que dos personas tramaron. Ananías y su esposa Safira, acordaron vender una tierra y fingir que estaban dedicando todo el producto de dicha venta a la obra del Señor.

Cuando Ananías entregaba el dinero, Pedro discernió que Satanás estaba obrando y, utilizando conocimiento sobrenatural, expuso la mentira del astuto Ananías quien inmediatamente cayó muerto. Tres horas después, Pedro interrogó a Safira sobre el asunto. El Apóstol sabía por medios sobrenaturales que la mujer había conspirado con su esposo, pero la extraordinaria sabiduría que utilizó le brindó a Safira la posibilidad de escapar la muerte, confesar su pecado y arrenpentirse o sellar su propio destino con sus palabras, consumando el complot del enemigo. Ella escogió lo último. Pedro profetizó su muerte y ella inmediatamente murió. Es más, Pedro necesitó fe especial para enfrentar este reto satánico en contra de la pureza de la iglesia, un aspecto tan importante que significó la muerte de dos personas. Fue evidencia pasmosa a todos que Dios estaba verdadera y poderosamente en medio de la iglesia, tanto así que nadie se atrevía a unirse a ellos, excepto aquellos que el Señor añadía. (Hechos 5:1-14)

La iglesia también recibió dones de sanidades, lo cual fue demostrado en la puerta del Templo llamada La Hermosa, cuando un hombre cojo que pedía limosna, al oír la orden de Pedro, saltó poniéndose en pie completamente sanado; el libro de Los Hechos registra muchas otras ocasiones semejantes.

Estos dones eran una parte integral del crecimiento, ministerio y madurez de la iglesia. Los viajes misioneros de Pablo comenzaron, por ejemplo, como resultado del don de profecía. Este, que había conocido su llamado a los Gentiles desde el tiempo de su conversión, esperó a la confirmación sobrenatural de la iglesia antes de salir.

Miembros de un solo cuerpo

Todo creyente que ha nacido de nuevo tierne el privilegio de llegar a ser un miembro del cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo está extendiendo la invitación a los hijos de Dios: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven!” (Apocalipsis 22:17)

Todo miembro del cuerpo de Cristo goza de los siguientes privilegios en la vida cristiana: la salvación, el bautismo en agua, el bautismo en el Espíritu Santo, el ejercitar los dones del Espíritu Santo, el bautismo por el Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo y el ministrar a los otros miembros del cuerpo. Los miembros se edifican los unos a los otros hasta que todos “lleguemos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4:13)

Para ser un miembro activo de la iglesia de Jesucristo una persona debe, por supuesto, haber nacido de nuevo, haber sido lavada por Su sangre – hecho una nueva criatura por el poder vivificante del Espíritu Santo. Igualmente, debe ser bautizada en el Espíritu Santo y así estar capacitada para moverse en los dones del Espíritu para la edificación de sus compañeros creyentes y, sobre todas las cosas, dicha persona debe ser bautizada por el Espíritu Santo en su lugar dentro del cuerpo de Cristo. (1 Corintios 12:13)

Un cuerpo físico cuyos miembros no están unidos por los ligamentos y los músculos no puede llamarse cuerpo; ahora, un cuerpo cuyos miembros encajan bien todos pero no están conectados a la cabeza individualmente mediante nervios, no puede moverse. Claramente, un cuerpo vivo y sano debe tener partes que encajan perfectamente en sus lugares y que están individual y correctamente unidas a la cabeza, partes que en efecto se mueven según el guiar de la cabeza y en coordinación con todos los otros miembros. Existe una perfecta y natural coordinación, una ausencia de todo movimiento no ordenado.

Traduzca esto a términos espirituales y se tiene el cuerpo de Cristo. (Efesios 4:15,16) Cada miembro está espiritualmente unido a la cabeza, Cristo Jesús – unido tan integralmente como una mano a la cabeza. Esto es primordial. El Señor mediante la guía del Espíritu Santo, coloca a aquel miembro en la iglesia local con otros creyentes quienes tienen esta misma relación con el Cristo resucitado. Dentro de este contexto todos encajan, armonizan y toman sus lugares, obrando como un conjunto viviente.

Pero así como Dios no obliga a nadie a que sea salvo, tampoco obliga a nadie a que entregue su vida totalmente a Cristo, o a que sea bautizado con el Espíritu Santo, o a que sea miembro del cuerpo de Cristo. No se procede automáticamente de una etapa a la otra. A medida que un creyente anda en la luz, va entrando en todo lo que Dios tiene para él.

Una de las grandes y céntricas verdades acerca de la iglesia es que está conformada por creyentes judíos y gentiles. Cuando la iglesia comenzó era enteramente judía. ¿Había lugar para los gentiles? Dios respondió a esa pregunta sobrenaturalmente durante la visita de Pedro a Cornelio, el centurión romano. (Hechos capítulos 10 y 11) De ninguna manera se excluiría a los gentiles de la iglesia, ya que Dios los había incluido bautizándolos con el Espíritu Santo. Pablo escribió extensamente acerca de esta gran verdad en su carta a los Romanos (capítulo 11) y a los Efesios (capítulo 2). Hoy la pregunta es frecuentemente a la inversa: ¿Dónde encajan los judíos en la iglesia? La respuesta es que su lugar es imprescindible. Ellos, juntamente con los gentiles, han de ser “un solo y nuevo hombre” en Cristo. (Efesios 2:15)

Para ser miembro del cuerpo de Cristo, debe pues el creyente – trátese de judío o gentil – estar funcionando en su lugar.

Esta iglesia es la novia descrita en el Cantar de los Cantares como: “hermosa cual la luna, resplandeciente como el sol, terrible como escuadrones ordenados.” (Versión N.C., Cantar de los Cantares 6:10) – bella para Dios pero aterradora para el enemigo, pues ella asalta el reino de las tinieblas con toda la armadura de Dios.

Cuanto las escrituras hablan del cuerpo de Cristo, ellas se refieren a aquellos que están unidos a El – “miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.” (Efesios 5:30) Ellos están unidos a El por toda una eternidad y, mientras están el la tierra, hacen la voluntad de Dios. Ellos “son los que siguen al Cordero por donde quiera que va.” (Apocalipsis 14:4)

Los ministerios, dones de Dios

El mantener el orden, la libertad y la unidad de la fe entre los miembros, es una necesidad central y una que requiere sabiduría especial. Por esta razón Dios ha dado dones particulares a la iglesia – ministerios espirituales que tienen que ver con orden conforme al evangelio, vigilancia santa, y guía para la iglesia en general.

En Efesios 4:11, Pablo escribió, “El mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas, a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros.” Estos son escogidos por el Señor de entre los miembros y sobrenaturalmente dotados para edificar la iglesia, “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del
APOSTOLES – Estos son pioneros espirituales, estableciendo y edificando iglesias donde no ha existido ninguna. La vida del apóstol Pablo ilustró este ministerio, es decir, en las cargas que llevó, en sus labores, su fruto y en el precio que pagó, cumpliendo “en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo pur su cuerpo, que es la iglesia.” (Colosenses 1:24) El no edificó sobre el fundamento de otra persona. (Romanos 15:20) Fue a los apóstoles y profetas a quienes se les reveló el misterio de la iglesia – el plan Divino según el cual cristianos judíos y gentiles debían unirse en un mismo cuerpo. Pablo escribió “misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu.” (Efesios 3:5,6)

PROFETAS – Ellos expresan la mente del Señor mediante la inmediata inspiración del Espíritu Santo, declarando lo que de otra manera está velado al entendimiento natural. En el Nuevo Testamento los profetas pusieron en sobreaviso a la iglesia, preparándola así para eventos futuros, tal como Agabo predijo una gran hambre en toda la tierra y el encarcelamiento de Pablo. (Hechos 11:28 y 21:10,11) La profecía genuina siempre es totalmente de origen sobrenatural y no viene “por voluntad humana.” (2 Pedro 1:21; véase también 1 Corintios 14:29)

EVANGELISTAS – Estos ministros salen entre los inconversos y los confrontan con el Evangelio de salvación, quebrando la tierra espiritualmente al sembrar semillas de fe. El llamado de los evangelistas es a proclamar el evangelio a lo largo y ancho; en particular en aquellos lugares donde no ha sido escuchado. Normalmente, otros serán enviados a nutrir el fruto de su predicación; su trabajo está integralmente relacionado con el estilo “free-lance” que observamos tan a menudo hoy.

PASTORES Y MAESTROS – La tradición ha creado una distorsión en las relaciones entre los ministerios que Dios ha ordenado para Su iglesia. Quizás en esta área, más que en cualquier otra, debemos tener sumo cuidado de examinar lo que realmente dicen las Escrituras con referencia a este oficio. A excepción de las referencias sobre Jesús, la palabra en griego “pastores”, describiendo los ministros, sólo aparece una vez en el Nuevo Testamento, esto es, en Efesios 4:11. ¿No resulta curioso que el ministerio menos mencionado en el Nuevo Testamento ha venido a ocupar el lugar central en la vida de la iglesia?

Aparece una lista de cinco palabras en este pasaje describiendo el ministerio, pero el Griego nos da a entender que se refieren a cuatro ministerios. Nótese que la palabra “algunos”, describiendo a aquellos llamados a estos ministerios, aparece cuatro veces – la última vez antes de los términos complementarios “pastores” y “maestros”. Si se considera a los pastores como algo diferente a los maestros, quedamos con un ministerio que no está ni descrito ni mencionado en parte alguna del Nuevo Testamento.

El ministerio de maestro se cita en diversos contextos. Por ejemplo, leemos: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía PROFETAS y MAESTROS” (Hechos 13:1), cinco de los cuales son nombrados y dos de los cuales fueron apartados por el Espíritu Santo para ser apóstoles. Las otras referencias a “maestro” (en 1 Corintios 12:28,29 y en 1 Timoteo 2:7 y 2 Timoteo 1:11) hablan del ministerio de “maestro” en forma similar al de “apóstol”, “profeta” y “evangelista”, dando a entender que este ministerio, como los otros, era para la iglesia universalmente. No debía limitarse a una sola congregación. Los pastores-maestros no desplazaban la autoridad de los ancianos en cada sitio, sino que la complementaban. No permaneciendo ubicados en una sola iglesia, ellos viajaban como el Señor los guiaba y según lo dictaban las necesidades de las asambleas locales.

Es evidente que Pablo, como apóstol, se movía en toda la amplitud de estos ministerios, los dones de Dios a la iglesia. El habló de sí mismo como de un “predicador, apóstol y maestro de los gentiles.” (2 Timoteo 1:11) Como profeta, él afrontó a aquellos que ocupaban las posiciones más altas de autoridad, a reyes y sus consejeros. (Hechos 13:6-12; también Hechos, capítulos 24 y 25) En ocasiones su ministerio fue el de evangelista, moviéndose más bien rápido de un lugar a otro. En otras, él permanecía en un solo sitio, por ejemplo en Efeso, por períodos más largos enseñando y edificando a la iglesia allí. Frecuentemente, volvía a iglesias que había establecido para enseñar, corregir y fortalecerlas.

Es por medio de estos ministerios que Dios ha decretado la edificación y nutrición del cuerpo de Cristo. El uno complementa al otro en la meta común de llevar a la novia de Cristo a la plenitud de su estatura. Réstele cualquier aspecto, y la iglesia queda expuesta a ataques del enemigo, estancamiento, ceguera espiritual o desunión.

Ancianos y diáconos

En tanto que toda persona miembro del cuerpo comparte la responsabilidad de ministrar a los demás miembros, el Espíritu Santo escoge a algunas personas para llevar especial responsabilidad por el bienestar de la iglesia a nivel local. Dicho lugar de responsabilidad se conoce como el “obispado”. (1 Timoteo 3:1) El primer versículo de la epístola a los filipenses nos deja entrever la relación ordenada por Dios en la iglesia: “a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos.” No se tenía simplemente un obispo sino obispos y no eran los responsables en un área primordialmente, sino en una iglesia local particular. (Véase Hechos 14:23.)

En Hechos 20:17 vemos a Pablo, quien “enviando… a Efeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia.” El les exhortó: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual El ganó por su propia sangre.” (Hechos 20:28) El apóstol Pablo se dirige aquí a los ancianos de la iglesia, encomendados para apacentar el rebaño, como a “obispos”. La palabra en Griego es episkopos, de donde se deriva el latín episcopus y la palabra castiza “obispo”. Esta misma palabra griega se traduce como “obispo” en 1 Timoteo 3:1 y en Tito 1:7. En el Nuevo Testamento las dos palabras (obispo y anciano) se refieren al mismo oficio en la iglesia local.

El oficio de anciano se constituye en una posición de honor, pero no es una posición honoraria; sólo una persona que da la talla según el alto estándar Bíblico tiene legítimo derecho a alcanzarla. Tal como se describe en 1 Timoteo 3:1-7 y Tito 1:6-9, es necesario que el anciano sea irreprensible, marido de una sola mujer, con dominio propio, hospedador, apto para enseñar, no dado al vino, no pendenciero sino amable, no amante del dinero, un buen padre que sea obedecido y respetado por sus hijos. No debe ser un neófito. Debe tener buen testimonio de los de afuera, ser honesto, amante de lo bueno, justo, santo, dueño de sí mismo, con sana doctrina y conocedor de la misma. En resumen, recto en todo delante de Dios y los hombres.

En cada iglesia local, siempre se tiene más de un anciano, tal como todas las referencias Bíblicas sobre éstos lo muestran. Su ministerio es uno en conjunto. Juntos, ellos enseñan y guían (o “gobiernan”) la iglesia. Ellos “miran por” y “apacientan” la grey de Dios – no como capataces ni como teniendo señorío sobre ella, sino como siervos. (Hechos 20:28, 1 Pedro 5:2,3) “Ellos velan por vuestras almas.” (Hebreos 13:17)

Por lo tanto, la iglesia nunca está bajo el mandato de un solo hombre. (El único ejemplo de mandato de un solo hombre lo describe Juan en su tercera epístola, condenándolo.)

Los ancianos, como se puede apreciar de Hechos 20 y 1 Timoteo y Tito, son escogidos por el Espíritu Santo y ordenados por uno o más de aquellos ministros que son dados a la iglesia como un todo. (Hechos 14:23) En el Nuevo Testamento, los ancianos no fueron elegidos por la iglesia local. Por ejemplo, Pablo le encargó a Tito nombrar y constituir ancianos en cada cuidad. (Tito 1:5)

Los requisitos para los diáconos – en el griego significa simplemente los que sirven – son tan altos como para los ancianos (véase 1 Timoteo y Tito) Parece (según Hechos 6) que los miembros de la iglesia escogieron los diáconos para cuidar de los asuntos prácticos de la iglesia y luego los ancianos oraron por ellos.

Además, debe notarse que Fede, diaconisa de la iglesia de Cencrea, fue altamente recomendada por Pablo en Romanos 16:1,2.

Sin mancha y sin arruga

¿Pero es todo esto tan importante? ¿Debe ser de esta manera o tal vez existe alguna otra opción? Ciertamente debe ser así, y por la siguiente razón: es la manera de Dios. Decimos que la Biblia es la palabra de Dios, que es santa e inviolable. Entonces ¿no son aquellas cosas en la Biblia santas? ¿No son ellas inviolables, y para ser seguidas con sumo cuidado? La Biblia es el libro texto de Dios, inspirado por El.

Considere las palabras de Dios a Moisés cuando comenzó a construir el tabernáculo. Le dijo a Moisés, “Mira y hazlo conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte.” (Exodo 25:9,40; Números 8:4; Hebreos 8:5) Dios iba a morar en el tabernáculo. Este no podía ser manchado por alteraciones humanas y permanecer el lugar de Su morada santa.

Indudablemente debe ser lo mismo tratándose de la iglesia – el templo santo y eterno de Dios. (Efesios 2:21,22) La iglesia es el utensilio que El ha escogido para dar a conocer Su multiforme sabiduría ante “los principados y potestades”. (Efesios 3:10)

En efecto, el tiempo viene cuando Dios impondrá Su gran poder y autoridad sobre las huestes de maldad y las encerrará para siempre en el lago de fuego. Pero antes de esto, El probará que éstas no han triunfado. El les demostrará que entre la humanidad caída y luego redimida, existen aquellos (la iglesia) que le aman únicamente por lo que El es.

La integridad de Dios está comprometida en la iglesia. Es por esto que la iglesia debe estar formada absolutamente conforme a Su Palabra. Algo de más, algo de menos, o alguna otra cosa fuera del diseño de Dios, ¿proviene de otra “sabiduría” – la sabiduría de aquél que dice: “¿Dios os ha dicho?” (Génesis 3:1) Bien hacemos en tener presente que Satanás, desde un comienzo, ha buscado influir en el hombre para que haga las cosas de una manera – cualquier manera – diferente a la Palabra de Dios.

La importancia de esto se puede observar, por ejemplo, en 1 Crónicas 13:5-14 y 15:2,11-15 cuando David comenzó a traer el arca a Jerusalén en un carro nuevo y no sobre los hombros de los sacerdotes, como ordenaba la ley. Esto le costó a un hombre su vida. David dijo, “Dios nos quebrantó, por cuanto no le buscamos según su ordenanza.” He aquí cómo los hombres pueden buscar hacer la voluntad de Dios en maneras diferentes a las de Dios, pero así nunca podrán agradarle plenamente.

Un indispensable distintivo del cuerpo de Cristo es la ministración de un miembro a otro, y el cuidado los unos por los otros, tal como Cristo ministra y cuida de los suyos. Ninguna otra cosa es en últimas el Cuerpo de Cristo, ni tampoco se transará el Señor por algo menos que esto, pues es Su único plan.

Cuando los miembros de la iglesia están todos ocupando sus lugares ordenados por Dios y se están moviendo como El quiere, ellos son mucho más que una asociación de individuos. Ellos son un conjunto viviente. Se mueven tal como un atleta cuando corre. Ningún miembro aislado atrae a sí especial atención – piernas, brazos, tendones, corazón. Lo que sí es vital es cómo todos se mueven en compaginación armónica. Cuando un atleta corre, todo su ser corre. En forma semejante, el Cuerpo (de Cristo) es un conjunto coordinado en movimiento. Los miembros están unidos tan íntimamente a Jesucristo, la Cabeza, que ellos juntos son Su cuerpo.

Reformación y restauración

Lo que se ha brevemente descrito en las paginas anteriores – el patrón del Nuevo Testamento de la iglesia – no es una nueva doctrina o nueva revelación. Ello continúa el avance de la línea prevaleciente en la historia del Cristianismo a partir de la Reformación – la del retorno a la verdad original de las Escrituras.

Martín Lutero irrumpió al entendimiento que la justicia es por la fe y no por las obras. En este aspecto, lo que él hizo no fue tanto reformación como restauración.

Desde aquel entonces, el Espíritu Santo ha estado guiando a creyentes a más y más de la verdad consignada en el Nuevo Testamento y originalmente poseída por la primera iglesia: bautismo en agua por inmersión, santidad, evangelismo, empeño misionero, el bautismo en el Espíritu Santo y los dones del Espíritu Santo son áreas principales de verdad por mucho tiempo sepultadas bajo montañas de tradición religiosa que poco a poco han sido excavadas y restauradas.

El curso de esta progresión espiritual es evidente y continuará hasta que el pueblo de Dios obtenga su plena herencia, hasta que la iglesia se forme en plenitud de pureza y poder, según el diseño de Dios.

No ha sido fácil. Algunos han dado sus vidas por restaurar la verdad al pueblo de Dios. Cueste lo que cueste, es un privilegio insigne el ser parte de esta obra.

El triunfo final

Cuando Cristo regrese a la tierra, El vendrá con Su novia y ella será como El es. Ella será sin mancha y sin arruga. Escuche la proclama triunfante que resuena en el Libro de Apocalipsis referente a ella:

“Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.” (Apocalipsis 19:6-8)

Habiéndose identificado con Cristo en Su muerte y resurrección, en Sus cargas y gozos, ella está preparada para estar con El, a Su lado por toda la eternidad, compartiendo Su trono, Su gloria y Su reino por siempre jamás.

Aquellos que buscan la formación plena del cuerpo de Cristo, buscan lo más difícil posible. Ellos desafían los poderes del infierno – todas las maquinaciones, todas las mentiras, toda la resistencia de los gobernadores de las tinieblas, quienes están en contra de la iglesia primeramente y sobre todas las cosas. Este es el gran conflicto de los siglos – la pavorosa contienda de la fe contra la rebelión, y a través de esta, resplandecerá el triunfo de nuestro Dios en Su pueblo. (Mateo 16:18)

Bien, esto sabemos: Aquel que está en nosotros es mayor que aquél que está en el mundo. Aquél que triunfó en Su propio cuerpo en la cruz, continuará dicho triunfo a través de Su cuerpo – la iglesia – y El tendrá Su novia.

Corporación Monte Sión, A. A. 7278, Bogotá, Colombia Edición en inglés: © 1982 The New Testament Fellowship Publicado por Thomas E. Lowe, Ltd., New York Versión castellana: Corporación Monte Sión, Bogotá. Reservados todos los derechos.